¡Buenos días!
Reconozco que estas últimas semanas el maquillaje ha sido el único tema de conversación por aquí, pero ha llegado el momento de dedicarle un día a la Literatura y, sobre todo, a la Historia. Durante este verano he leído varios libros (muchos menos de los que me había propuesto, mea culpa) y todos me han gustado. Pero claro, podríamos decir que he ido a “tiro hecho” y he escogido títulos que sabía que difícilmente me decepcionarían.
Mi filosofía a seguir con las reseñas literarias en este blog es la siguiente: sólo aparecerán los libros que me hayan gustado. ¿Por qué no dedicar un post a los que me han decepcionado? Pues muy fácil:
1) Considero que se trata de algo muy subjetivo y ya que me animo a escribir sobre libros qué menos que hacerlo con entusiasmo
2) Me parece injusto para los autores -sobre todo los noveles- menospreciar su obra por una cuestión personal. Por supuesto, no creo que mi opinión vaya a sentar cátedra, pero me da muchísima pena hablar mal de un libro por poco que me haya gustado. Y, por favor, que nadie piense que juzgo a aquellas personas que critican negativamente una novela, todo lo contrario, sólo quiero dejar claro por qué no lo hago yo en un blog como éste (y sí lo haría en una página dedicada a la Literatura).
Así que, sin más preámbulo, paso a analizar brevemente uno de los mejores libros de Historia Universal que he leído en los últimos años.
¿Preparados para un trepidante viaje en el tiempo?