La piedra filosofal del mundo de la cosmética y el maquillaje se encuentra en algo tan básico como es la limpieza. Sin unos hábitos constantes y adecuados es imposible que nuestra piel dé lo mejor de sí misma y que no nos pase factura a medio/largo plazo.

Cuando somos más jovencitas (y jovencitos: hombres del mundo, ATENDED) parece que nada nos perjudica. Da igual que te metas en la cama maquillada, que te laves la cara simplemente con agua o que ni siquiera tengas una hidratante facial básica para no parecer el lagarto de Jaén después de la ducha. Vivimos lo que parece ser una eterna Luna de Miel que, abruptamente, DESAPARECE. Llegan los brotes de granitos (no hablo de temas específicos como el acné hormonal, etc.), se nos despelleja la nariz, la zona de nuestra ojera parece el desierto del Gobi y… ay, las líneas de expresión y las manchitas parecen acampar de forma permanente. En definitiva, El Horror.

Si eres más o menos coqueta intentarás ponerle remedio utilizando productos específicos y, normalmente, agresivos sin pararte un segundo a pensar si estás haciendo bien lo primordial: ¿limpias tu cara día y noche con productos apropiados para ti y tus necesidades? Casi todas las personas que ahora mismo estéis leyendo esto seguramente SÍ, pero también hay muchísimas chicas jovencitas o desinformadas que algún día llegarán a esta entrada, por ejemplo, y les sonará a chino porque alguien les dijo una vez que lo mejor era embadurnarse con jabón de glicerina y a correr.

¿Qué me funciona a mí?